¿Por qué una maratón tiene 42,2 kilómetros?
En el mundo de las carreras de resistencia, la maratón es una especie de estándar de referencia. Muchas otras carreras se denominan en función de su longitud en relación con esta prueba clásica. Tenemos las variedades corta, media y ultra, además de la carrera estándar de 42,2 kilómetros que todos conocemos y amamos. Pero, si te paras a pensarlo, es una cifra bastante extraña. ¿Por qué una maratón tiene 42,2 kilómetros?
Gracias a Filípides
¿Quién dices?
Aunque los detalles exactos de la historia, y quién la registró por primera vez, son objeto de debate entre los historiadores, la duración de la maratón moderna se remonta a un corredor ateniense llamado Filípides. Se dice que vivió entre los años 530 y 490 a. C., y desempeñó la impresionante tarea de ser hemeródromo, o «corredor de un día», para el ejército ateniense durante las Guerras Persas.
Según los relatos originales, Filípides era buenísimo en lo que hacía. Según un relato, recorrió unos 250 kilómetros por la campiña griega en solo 36 horas. Algo realmente sorprendente. Sin embargo, la parte de su historia que tiene una relación directa con nuestra maratón moderna es la última etapa de sus hazañas: el viaje que hizo desde una pequeña ciudad llamada... espera... Maratón, hasta Atenas para anunciar la victoria griega sobre el ejército invasor persa.
Pero eso son solo 40 kilómetros. ¿De donde salen los 2,2 adicionales añadidos a una carrera que ya de por sí es dura? Ten paciencia, llegaremos ahí más adelante; al fin y al cabo, las maratones son cuestión de ritmo.
La primera maratón olímpica
Aunque la historia de Filípides forma parte de la historia y los mitos griegos, los antiguos griegos no tenían una maratón oficial tal como la conocemos ahora. Eso empezó en los Juegos Olímpicos de 1896, celebrados en Atenas. En aquel evento original, un lingüista francés llamado Michel Breal sugirió una prueba de resistencia para conmemorar la historia de Filípides corriendo literalmente desde Maratón hasta Atenas, como antaño. Sin embargo, este recorrido tenía 39,9 kilómetros.
Aun así, supuso el inicio de la tradición moderna de las maratones con un estilo asombroso. El primero en terminar, un pastor griego de 23 años llamado Spiridon Louis, se tomó un descanso a mitad de la carrera para comerse un huevo y disfrutar de un vaso de vino. Después de aquello, Louis volvió a la granja y nunca volvió a correr otra carrera. ¡Qué leyenda!
Un salto adelante
En los siguientes Juegos Olímpicos, la carrera se mantuvo en torno a los 40 kilómetros, dependiendo del entorno local. Y hubo mucho drama. Los corredores hacían trampas colándose en coches, eran perseguidos por perros salvajes y abandonaban el recorrido, y bebían una sorprendente cantidad de alcohol. Pero nada de eso tiene que ver con el tema de la distancia de 42,2 km. Solo es divertido.
La distancia vuelve a entrar en juego cuando los juegos llegaron a Londres en 1908. Al parecer, para estas carreras, la reina Alexandra pidió que la carrera empezara en el césped del castillo de Windsor y terminara en el palco real del estadio olímpico. ¿Adivina qué distancia hay entre esos dos puntos? Exacto: 42,2 kilómetros.
A partir de ahí, esa medida exacta y algo arbitraria se convirtió en la norma, llegando a ser estandarizada por el comité olímpico en 1924. El resto es historia.
Nuestro consejo como escritores responde únicamente a fines didácticos generales e informativos. Nuestra recomendación siempre es que consultes a tu médico o especialista en salud antes de introducir modificaciones en tus entrenamientos, tu nutrición o tus rutinas de ejercicio físico.